San Petersburgo 2017: recuerdos del viaje - parte I.

San Petersburgo 2017: recuerdos del viaje - parte I.

Notapor La_profe » 22 Ene 2017, 18:41

Привет, друзья!

He vuelto de San Petersburgo donde estuve las últimas semanas y próximamente voy a publicar algunos artículos relacionados con este viaje:


Parte I.


- El Año Nuevo 2017 en San Petersburgo: viewtopic.php?f=18&t=286#p945

- Siguiendo las huellas de Dostoievski: un paseo por el canal de Griboiédov: viewtopic.php?f=18&t=286&p=946#p946

- El glintwein: la bebida número 1 en invierno: viewtopic.php?f=18&t=286&sid=27fcb883da4a3b126e037dbf9945ce5f#p947

- La exposición temporal de Jan Fabre en el Hermitage: “Niños, no miréis arriba”: viewtopic.php?f=18&t=286&p=949#p949

- Un paseo por la calle de Rubinstein: viewtopic.php?f=18&t=286&p=951#p951

- El Museo Etnográfico Ruso de San Petersburgo: viewtopic.php?f=18&t=286#p952


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Хорошей вам зимы и успехов в изучении русского языка!

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Re: SAN PETERSBURGO 2017: recuerdos del viaje.

Notapor La_profe » 24 Ene 2017, 21:35

El Año Nuevo 2017 en San Petersburgo.

De todos los días que he pasado esta vez en San Petersburgo el 31 de diciembre quizá haya sido el más parecido a un típico día de invierno en León. De la nieve que había caído mucho antes de nuestra llegada ya sólo quedaban los restos que formaban islas de hielo sucio aquí y allá.

La humedad en el aire, el barro en las calles y la lluvia que a ratos parecía empezar no nos impidieron a mi hermana y a mí coger a los niños e ir los cuatro a la Nevski, pero en vez de pasear decidimos visitar el centro comercial finlandés “Stockmann” en el que mi hermana tenía pensado comprar algún regalo.

Bajamos del metro en la “Mayakóvskaya” y mi hermana e Iliá nos dejaron solas a mi hija y a mí. Saben andar muy rápido, mientras que yo me veo obligada a seguir el ritmo que me marca la niña, y por eso pronto les perdimos de vista.

Hacía frío. La temperatura no era excesivamente baja, unos cinco grados bajo cero solamente, pero enseguida nos quedamos heladas. Desde luego, no apetecía pasear.

Sabíamos que mi hermana e Iliá estarían esperándonos en el “Stockmann” y pensé que les encontraríamos a la entrada, pero no fue así. Y es que hay varias entradas y la gente que conoce el “Stockmann” mejor que nosotras suele elegir otra puerta.

Allí estaban, precisamente. Mi hermana con el móvil en la mano, marcando una y otra vez mi número.
- ¿No tienes teléfono? No hay manera de llamarte.
- Lo tengo. Pero es como si no lo tuviera.

Durante mis tres semanas “rusas” nadie ha logrado llamarme ni enviarme mensajes. Yo, mientras tanto, podía llamar a cualquier número español y a ninguno ruso.

Mi hermana estaba algo molesta, pero no por culpa de nosotras sino porque tuvo que cancelar unas citas que tenía planificadas para ese día y tampoco conseguía llegar a un acuerdo con el resto de la gente. No paraba de escribir algo en el móvil que le enviaba señales sin parar y se mantenía un poco alejada de nosotros vagando por las tiendas a su aire.

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Comimos unos blinis dulces en la quinta planta, en la cafetería “Teremok” que dispone de un parque infantil en el que los niños pudieron jugar un rato. Al lado había un acuario, y todo aquel que quería dar de comer a los peces sólo tenía que introducir un billete de cien rublos en la rejilla y pulsar el botón. Pero los peces no parecían nada hambrientos y decidimos ahorrar.

Luego entramos en la tienda de juguetes más grande de las que había y los niños se lo pasaron genial jugando con el “Lego”, con la arena sueca (que más que arena parece plastilina), con unos coches de control remoto y unos peluches interactivos.

Mientras mi hija estaba intentando arrancar el volante a un vistoso coche de madera se nos acercó una de las dependientas vestida de Snegúrochka y preguntó a la niña si sabía recitar algún poema. Leolia la miró extrañada y dijo que no.
- Leolia, ¿y si cantas algo? -la pregunté para animarla.
- Sí, tambien puedes cantar algo -dijo la Snegúrochka.
Leolia habría cantado algo sin problema, pero, como suele pasar, en ese momento no se acordaba de ninguna canción.
- Pues, dile algo en español a la señora -le propuse.
Y me miró como diciendo “Pero, mamá, no me va a entender” y no dijo nada.
Entonces la Snegúrochka no quiso insistir más y le regaló a la niña una revista “Barbie” y cosas que venían con ella. Una libreta rosa, un lapicero brillante, etc.

Cuando mi hermana compró lo que quería (¿habría dejado el móvil un momento para ir a pagar?), quiso volver a casa.
- ¿Y no podríamos dar un pequeño paseo al menos hasta el “Gostiny Dvor”? - pregunté.
Tenía que intentarlo.
- Vamos hasta la plaza Aliexandra Nevskogo -dijo sin apartar la vista de la pantalla.

¡Mejor todavía!
Fue un paseo estupendo, porque me encanta la zona de la Nevski que empieza en la plaza Vosstanya y va hasta la plaza de Aliexandr Nevski. Mi hermana e Iliá nos adelantaron de nuevo, y nosotras ibamos poco a poco mirando las fachadas y los adornos navideños en los escaparates y haciendo fotos. Eran las cuatro de la tarde, pero ya empezaba a hacerse de noche.

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En casa me puse a cocinar. Los niños jugaban perfectamente juntos acompañados por los ladridos del perro. Abrí una botella de vino blanco azerbaiyano, me serví una copa y empecé a preparar un plato típico georgiano, el “azú”, que se hace con carne, tomate, hierbas, pepinos salados, especias y más cosas.
- No lo hagas muy picante que te conozco -dijo mi hermana que apenas entró en la cocina aquella tarde.

Mi madre llegó cerca de las seis y se ocupó de los niños. Juntos pusieron todos los regalos bajo el abeto y quedó muy bonito. Luego me ayudó con la ensaladilla y otros entremeses.

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A las ocho nos vestimos de fiesta, y mientras la niña se miraba en el espejo contenta de verse como una princesa con la melena suelta, se le acercó Iliá con su impecable camisa blanca, y entonces se miró junto a él y dijo:
- Y luego nos vamos a casar…
Nos reímos mucho todos.

Hicimos algunas fotos y abrimos los regalos. ¡Montones de ellos!

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Mientras mi madre y yo estuvimos recogiendo los trozos de papel del envoltorio que cubría el suelo de la habitación, los niños se pusieron a jugar con sus juguetes nuevos y no había manera de hacerlos ir a dormir. La niña se durmió muy tarde, ya pasadas las diez, y antes de dormir no paró de mirar su muñeca nueva y hasta lloró un poco como hace muchas veces después de un día lleno de impresiones.

A las once nos sentamos a la mesa y empezamos a celebrar el Año Nuevo, luego conectamos el Skype para saludar a la familia española cuyo 2017 empezaba dos horas más tarde que el nuestro, y después mi madre se fue a dormir, pero vino Borís y nos quedamos los tres charlando y tomando martini hasta las cinco de la mañana…

Los fuegos artificiales y los petardos que hubo en el barrio no dejaron dormir a nadie salvo a los niños que ni se dieron cuenta de nada.


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Re: UPDATED 27.01: SPB 2017: recuerdos del viaje.

Notapor La_profe » 27 Ene 2017, 17:01

Siguiendo las huellas de Dostoievski: un paseo por el canal de Griboiédov.

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«… Ну, скажи, пожалуйста, что бы я стал делать без Петербурга?!».

“… Dime, por favor, ¿qué haría yo sin Petersburgo?”


(De una carta de Fiodor Dostoievski a su hermano Mijaíl, 1843).


La tarde del día 1 de enero salí del metro en la parada de “Canal de Griboiédov” y miré alrededor. Después de una noche sin dormir la Nevski tan ruidosa, tan llena de luces intensas y de gente ociosa me parecía poco agradable y decidí alejarme de ella.

El canal de Griboiédov fue construido bajo el orden de Catalina II que decidió dar una imagen más elegante a un pequeño río llamado Krivusha (de “krivói”, “torcido”). Al principio el canal se llamó Yekatieríninski, en nombre de la zarina (Yekaterina en ruso), y en 1923 pasó a llamarse Griboiédov porque el autor de “El mal de la razón” vivió allí bastantes años.

El empedrado de sus aceras, el diseño de su enrejado de hierro, sus puentes de aspecto romántico, las vistas pintorescas que se abren a cada paso, todo en el canal de Griboiédov parece animar a dar largos paseos por esa zona. Pero para los petersburgueses siempre será “el Petersburgo de Dostoievski”, el barrio tenebroso de las “pobres gentes” donde el mismo escritor vivió en tres direcciones distintas y donde “vivieron” algunos de sus personajes.

Aquel día el canal estaba cubierto de una gruesa capa de hielo y encima se veían restos de la fiesta de la noche anterior: serpentina, latas, botellas. Paré enfrente de la la Catedrál de Kazán para hacer unas fotos. El nombre de la catedral cuyo autor es el arquitecto Voroníjin se debe al icono de Nuestra Señora de Kazán, la protectora de la familia Romanov. El icono está dentro y se puede ver.

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Cuando guardé la cámara, apenas sentía las manos y decidí entrar en alguna cafetería y comprarme un café para quitar el sueño y combatir el frío.
Fui a la cafetería “Coffee House” que nunca me había gustado por ser de las más pretenciosas y pedí un café americano para llevar. Me costó 195 rublos, un poco más de tres euros. Quemaba los dedos por encima del vaso de cartón y era justo lo que necesitaba, aunque de sabor era malísimo.

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Me quedé unos minutos en la salida de la cafetería para dar unos sorbos y me fijé en la puerta del edifício amarillo en la otra esquina. A finales de los noventa aún estaba allí la Escuela de Artes a la que fui durante cuatro años. Iba allí tres veces por semana, por las tardes, y había clases de pintura, dibujo, escultura e historia de arte. En los descansos ibamos a la Oficina de Ferrocarril que queda al lado para comprar un té en un vaso de plástico con algo de bollería en la pequeña cafetería que había dentro.

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Художественная школа


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Железнодорожные кассы


En el puente Bánkovski con sus cuatro grifos mitológicos volví a hacer fotos intentando no molestar a los turistas: lo necesitaban más que yo.

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Грифоны на Банковском мосту


El café me hizo sentir mejor, y mientras más me alejaba del centro de la ciudad, más vacío se me presentaba el malecón del canal. Ya no quedaban grupos de turistas ni de adolescentes tomando cervezas y gin tonics en lata. Apenas había transeúntes ni pasaban coches. El café se me estaba enfriando y me costaba tomar el resto. Empecé a cantar una canción italiana en voz baja para romper el silencio del alrededor.

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En un día de invierno húmedo, frío y sin nieve las aceras poco iluminadas del canal y las fachadas desgastadas de sus “casas de renta” pueden resultar depresivas a cualquiera. Ha pasado más de un siglo después de que fueron escritos el “Crimen y castigo” o “Humillados y ofendidos” , pero poco cambió el ambiente de la zona. Si Raskólnikov fuera una persona de verdad y volviera a su casa en Grazhdánskaya, 19, quizá le extrañaría ver una placa y un monumento dedicado al escritor y a su obra en la fachada, pero tardaría en darse cuenta de que el siglo ha cambiado ya dos veces. Lo mismo le pasaría a la vieja prestamista que vivía en el número 104 del malecón del canal Yekatieríninski y a Sonia Marmeládova cuya casa 73 queda en la otra orilla.Y también a otro personaje, Parfión Rogózhin de “El Idiota” que vivía al lado, en la calle Gorójovaya.

Seguí atravesando aquella parte del canal y llegué hasta el puente Muchnói en cuya orilla izquierda, en una “casa de renta” tenía su piso el escritor Nikolái Chernyshevski, el autor de “¿Qué hacer?”. Entonces aún no era escritor, sino que tenía 18 años, fue en 1846, y llegó a Petersburgo para ingresar a la Universidad.

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Мучной мост


El siguiente puente se llama Kámenny, fue construído en 1776, y las casas que están cerca tienen historia. En la casa 43 en 1818 vivía el poeta Zhukovski, y Pushkin le visitó allí un día para leerle trozos de su poema “Ruslán y Liudmila”. Al lado vivió durante una época el compositor Músorgski y allí compuso sus óperas “El casamiento” y “Salambó”, la segunda no fue terminada.

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Каменный мост


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Al final llegué hasta la calle Kaznachéiskaya en la que Feódor Dostoievski estuvo viviendo desde 1861 hasta 1867 y en la que cambió de dirección tres veces eligiendo cada vez un edificio de la esquina. ¿Por qué? Quién sabe.

Aquellos años fueron difíciles para el escritor. En abril de 1864 después de una larga enfermedad murió su primera esposa y tres meses más tarde falleció su hermano. Al volver de Moscú Dostoievski alquiló un piso en el edificio 14, en agosto del mismo año se mudó al número 11 y en enero de 1867 cambió de domicilio una vez más instalándose en el edificio 61, donde ahora hay un hotel que se llama “Casa de Dostoievski”.

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Дом Достоевского


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Decidí no adentrarme en la calle Kaznachéiskaya, tan oscura y vacía me pareció, y no vi las otras dos casas. Pero podéis verlas en el artículo que escribí sobre el barrio de Dostoievski hace unos años:

viewtopic.php?f=18&t=116

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Re: ДОБАВЛЕНО 29/01: SPB 2017: recuerdos del viaje.

Notapor La_profe » 29 Ene 2017, 17:53

El glintwein: la bebida número uno en invierno.

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El glintwein es una bebida muy conocida en Rusia, pero su origen no es ruso sino alemán. En Alemania, Austria, Suiza y otros países de Europa el glühwein se suele tomar en las ferias navideñas al aire libre. En Rusia es una bebida típica de invierno que vale tanto para entrar en calor como para levantar el ánimo en un día gris o simplemente pasar un rato agradable en una bonita cafetería.

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Ir a tomarme un glintwein fue lo primero que hice al salir del metro en la parada “Vasileostróvskaya” la tarde del día 3 de enero. Fue el primer día de las heladas de verdad, aún no eran tan fuertes como unos días después y se podía dar un largo paseo por el Neva. El mismo paseo lo di muchas veces cuando no tenía ganas de meterme en el metro al salir de la Facultad de Filología que queda precisamente en la isla. Entonces iba andando por la 1ª línea (las calles de la isla Vasílievski se llaman “líneas” y están numeradas) hasta el malecón del Neva para luego cruzar el puente Dvortsovy y llegar hasta la Nevski. Son unos 45-50 minutos de camino, o quizá algo más. Un paseo así en invierno requiere preparación: nada mejor que un glintwein para empezar.

¿Cómo se prepara el glintwein?

El glintwein se hace con vino tinto de mesa al que se le añade canela, clavel, corteza de limón, miel, jengibre, nuez moscada y a veces más cosas, incluida la pimienta negra.

El glintwein en la “Chainikoff”.

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Entré en la cafetería que conozco desde hace mucho y que se llama “Chainikoff”. Pedí un glintwein.
- ¿Cuál prefiere? El clásico, el de manzana…
- El clásico.
- ¿Grande, mediano, pequeño?
- Que sea el pequeño.
- ¿Con o sin alcohol?
- Con alcohol.
- Siéntese, por favor, se lo traerán.


La “Cháinikoff” no había cambiado desde la época en la que la solía visitar con la gente de la facultad. Todo quedaba igual, hasta los sofás de cuero en el rincón que preferíamos al resto de la sala eran los mismos. El glintwein que me trajeron no estaba demasiado caliente, se podía tomar enseguida. Tenía bastante canela, sabía muy bien a vino y un poco a limón. Muy rico.

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¿Cuánto vale un glintwein?

En invierno todas las cafeterías, excepto aquellas que no tienen licencia para vender alcohol, tienen glintwein. Su precio puede variar desde 99 rublos hasta 250-300 (1 euro = 62 rublos). Los puestos de bebidas callejeros también lo tienen, y no hay nada mejor que tomarlo en la calle, andando o contemplando la belleza de la ciudad desde alguno de sus puentes.

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Algunas de las fotos que hice durante aquel paseo las podréis ver en el álbum que publicaré dentro de unos días. Una de ellas hecha desde el puente Dvortsovy ya la puse en la primera entrada de este tema del foro.


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SPB 2017: recuerdos del viaje.

Notapor La_profe » 02 Feb 2017, 09:37

La exposición de Jan Fabre en el Hermitage: “Niños, no miréis arriba”.

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No hay nada mejor que llegar una mañana al Hermitage y encontrar su patio libre de esa cola enorme que normalmente forma parte de su paisaje. Las últimas veces que mi hija y yo fuimos al museo la cola estaba allí y daba igual la hora: una visita al Hermitage suele empezar por esa larga y pesada espera.

Aquel día tuvimos suerte porque en invierno hay menos turista extranjero y porque para la gente rusa ya habían terminado las vacaciones: era el día doce, y el primer día laboral este año fue el nueve de enero.

Simplemente entramos en el museo, compramos nuestras entradas en las taquillas vacías, dejamos los abrigos en el guardarropa que por una vez tenía sitio de sobra, hicimos fotos en la escalera principal donde no había nadie… Una maravilla, ya podía ser así siempre. Poca gente puede permitirse el lujo de visitar el Hermitage así como nosotras esta vez.

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Fuimos directamente a la sala de las antigüedades egipcias para saludar a la diosa Sejmet con cuerpo de mujer y cabeza de leona, el símbolo de la fuerza y el poder. Aquella estatua siempre fue muy especial para mí y quiero que mi hija la conozca y que se acuerde de ella.

Al salir del Antiguo Egipto subimos otra vez la escalera principal y dimos el paseo más común, el que se suele dar cuando el museo se visita en compañía de un forastero o, por qué no, de un niño.

Llegamos a las salas de la pintura flamenca para luego dirigirnos a las estancias de los zares y entonces vi aquello… Aquello de lo que había ya leído algo en las noticias, en los blogs y en las redes sociales… Aquello, es decir, obras de Jan Fabre, un célebre artista belga.

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Si no me hubiera informado antes de aquella exposición, podría haber pensado que los rectángulos de colores verde y violeta eran una especie de cuadros improvisados colgados para tapar los espacios vacíos que hubieran dejado algunas pinturas en restauración. Pero en realidad eran obras maestras de Fabre que para ser apreciadas necesitan que la luz se refleje en ellas de una manera muy precisa. Todo depende del espectador: si es tan curioso y tan paciente como para buscar el ángulo de luz necesario, para él saldrán de la oscuridad siluetas de unas modelos desnudas, calaveras y más cosas, y entonces el violeta y el verde dejarán de ser meros colores chillones.
Puede que sea interesante, incluso puede que sea arte, pero ¿por qué había que colgarlo junto con las obras de Rubens? En la sala de Rubens, ¿por qué?

Seguimos caminando y vi que al lado de “El rey del Haba” de Jacob Jordaens había una especie de monstruo verde. Luego, justo en el medio de la misma sala, vi dos esqueletos humanos con unos loros disecados entre los dientes. Había unas diminutas calaveras de colores oscuros debajo de los techos. Pterodáctilos colgando de las puertas y devorando unos pequeños e inofensivos roedores del bosque…

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Continuamos atravesando aquellas salas porque no había otro camino posible, y era un alivio para mí el ver que la niña estaba ya algo cansada y apenas le prestaba atención a la exposición. Solamente se fijó en un pavo real que había abierto su enorme cola, espléndida en otros tiempos, pero ahora disecada como el resto de su cuerpo. Yo también le eché un vistazo y me alegré de ver que aquel bicho no estaba mordiéndole el cuello a nadie.

No tuve tiempo de sentirme indignada ni molesta por lo que acababa de ver. Lo único que quería era que mi hija no se fijara en nada más de lo expuesto allí.
- Leolia, ¿qué tal unos cacahuetes? –le decía cada vez que delante de mis ojos aparecía otra asquerosidad de esas. Entonces la niña se apresuraba por sacar un puñado de los frutos secos de la bolsa y por un momento no la interesaba nada más.

No sé a quién se le habría ocurrido colocar a ese Jan Fabre allí. ¿Acaso no hay en San Petersburgo suficientes galerías de arte contemporáneo?

Ya en casa, al buscar más información sobre aquella exposición en internet, supe que su inauguración fue acompañada de un gran escándalo y que luego se produjo una fuerte polémica en las redes sociales a la que el museo respondió con una serie de conferencias y charlas relacionadas con la obra de Fabre.

La exposición de Jan Fabre en el Hermitage terminará el 9 de abril. Tenéis tiempo de verla. Pero ojo: en la página web del museo se puede leer que está recomendada a las personas mayores de 16 años.


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Re: NUEVO - 2/02: San Petersburgo 2017: recuerdos del viaje.

Notapor La_profe » 04 Feb 2017, 16:03

Un paseo por la calle de Rubinstein.

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- Vete, pero ya –me dijo mi hermana al llegar de trabajar el día trece de enero. Una vez más se ofreció para estar con los niños por la tarde y me dejó hacer una escapada al centro de la ciudad (¡hurra!).

Entonces fui en metro hasta la “Mayakóvskaya”, salí a la Nevski, espectacular, como siempre, pero a la vez sucia y derretida, y giré a la calle de Rubinstein.

La calle de Rubinstein (Tróitskaya hasta 1929) sale de la Nevski y termina en la avenida Zágorodny. El Rubinstein en cuestión (hubo otros) es el famoso compositor Antón Rubinstein que vivió en el edificio 38 de esa calle y fundó El Primer Conservatorio Ruso en 1892 en San Petersburgo. Piotr Ilych Chaikovski fue alumno suyo.

Hacía años que no pasaba por esa calle y quise saber si cambió mucho su aspecto, si aún seguían en su sitio aquellos locales que conocí en otras épocas.

Si se le echa un vistazo desde la Nevski, la calle de Rubinstein parece bastante sombría y melancólica. Esta vez no ha sido adornada para las fiestas y su iluminación habitual es más que modesta, pero basta con empezar a ir pasando de una fachada a otra para poder descubrir locales interesantes.

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Antes eran menos. El mítico “Mollie’s”, el primer pub irlandés en San Petersburgo, parece que estuvo allí siempre y no es así. A diferencia del “Molly Malone’s” de León no sólo tiene cartas de cervezas, sino también otras (y también de cuero) con una gran variedad de platos fríos y calientes. Justo enfrente queda todavía la pizzería “Makaroni” y al lado un restaurante mejicano “Tres amigos”, bastante chapucero en cuanto a la comida. ¿Qué más había? Nada más. ¿O es que solamente me acuerdo de los sitios que conozco?

- No, no, tienes razón -me dijo hace unos días la novia petersburguesa de un alumno mío cuando salimos juntas a tomar un café. Vino a León a pasar unos días, pero vive con sus padres en la calle de Rubinstein precisamente–. Antes apenas había dos o tres cafeterías, y ahora casi todos los edificios tienen alguna. ¡No veas qué ruido hay por la noche cuando se llena todo!

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Las cafeterías y los bares de la calle de Rubinstein son de lo más elegantes. Nombres extravagantes, interiores hechos a la última moda. En sus ventanas se ven unas barras de lujo, y unos señores vestidos de trajes de aspecto muy caro charlan sentados a las mesas creadas por los mejores diseñadores petersburgueses que ganan lo suyo. A su lado matan las horas vespertinas unas parejas jóvenes que ahorraron algo y eligieron ese día para visitar un sitio así de bonito en vez de ir al “Burger King” de siempre con su ambiente “democrático”. Hay extranjeros, también, y se les ve enseguida.

A pesar de todo, aún era pronto y lo que más se veía no era la clientela, sino unas preciosas camareras y unos tremendamente bellos camareros aburriéndose en las salas casi vacías.

Me apetecía un glintwein, pero más ganas tenía de ver las fachadas, de quedarme con todas ellas, de fotografiarlas. Y fue lo que hice.

La historia de la calle de Rubinstein empieza en el siglo XVIII, pero hay en ella edificios soviéticos, por ejemplo, el 7 que se conoce como la “lágrima del socialismo”. El edificio fue construido en 1932 y al principio fue pensado como “Casa común de ingenieros y escritores”. No hay cosa más fea en todo el centro de San Petersburgo.

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"Слеза социализма"


En la calle de Rubinstein hay dos teatros. Uno de ellos es el MDT, el Pequeño Teatro de Arte Dramático (el grande, el BDT, está cerca, en Fontanka).

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МДТ


Y el otro es el teatro infantil “Zazerkalie” (“A través del espejo”).

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Детский театр "Зазеркалье"


En el número 23 de la calle de Rubinstein vivió en 1960-70 el escritor Serguéi Dovlátov, pero ya le haré una foto a su fachada y a la placa colocada allí durante mi próximo paseo.


"Бенгель".

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Llegué al final de la calle y por la avenida Zágorodny fui hasta la avenida Vladímirski sin dejar de fijarme en las cafeterías que había por allí. Encontré una muy curiosa: la “Panadería Bengel”. Era pequeña y parecía acogedora, y además, en su puerta había un anuncio muy prometedor: “Un café y un bengel = 99 rublos”. ¡Un café y un no sé qué “bengel” que parecía una especie de palmera con canela por tan sólo 1, 50 euros! Entré sin pensármelo dos veces.
Y supe que el “bengel” es un bollo suizo. Dulce, muy apetitoso.

Pedí un café americano y un bengel para probarlo.
- ¿Le apetece un bengel de manzana o de canela?
- De canela, por favor.
- 99 rublos.


Me senté en una mesa alta, y había tres mesas así en total a lo largo de la cafetería que era muy estrecha. Al final había una mesa revistero y un sofá ocupado por una chica solitaria y sumergida en su portátil. En una mesa al lado de la caja había un grupo formado por un chico de unos veinticinco años acompañado por dos bellezas de la misma edad que no paraban de hacer selfis.

Al lado de la ventana había tres amigas que se reían juntas a pesar de estar cada una con su móvil.

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Probé el bengel y el café y abrí un libro que llevaba conmigo. Todo en esa cafetería parecía de lo más correcto, hasta la música: canciones de los Beatles en su versión “backing track”. Cuando empezó a sonar una de mis favoritas, dejé el libro por unos minutos y la canté para mí misma sin apenas abrir la boca. Luego terminé el café y me fui a casa.


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Re: НОВОЕ - 4/02: San Petersburgo 2017: recuerdos del viaje.

Notapor La_profe » 07 Feb 2017, 13:58

El Museo Etnográfico Ruso de San Petersburgo.

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El día que llevamos a los niños al Museo Etnográfico había unos quince grados bajo cero.
- Aleona, ¿tienes frío? –me preguntó mi madre cuando cruzamos la Nevski a la altura del “Gostiny Dvor” y giramos a la calle Sadóvaya.
- No sé –le conteste con toda sinceridad-. Ya no sé si tengo frío, si no lo tengo…Tampoco importa mucho.

Y así es. ¿Heladas fuertes? Bien. Hay que aceptarlas tales como son, seguir haciendo la vida normal y no quedarse en casa sólo porque la temperatura de fuera es difícil de aguantar.

- Parece extraño que nadie salga ni entre –dijo mi madre cuando llegamos a la calle Inzheniérnaya y nos fijamos en la entrada del museo-. ¿No estará cerrado?

Pero cuando nos acercamos y empujamos la puerta, ésta se abrió perfectamente.

Recuerdo aquella puerta desde siempre. Es una puerta cuyo aspecto engaña. Tan enorme, gruesa y pesada, metálica, parece imposible de abrir sin tener que reunir antes todas las fuerzas y empujar fuerte. Pero en realidad la puerta gigante contiene en sí otra, de un tamaño más normal y bastante ligera a pesar de su diseño. No sé cuántas veces nos habría llevado mi madre al Etnográfico a mi hermana y a mí, pero supongo que cada vez que ibamos hacíamos comentarios relacionados con esa puerta, por eso quedó grabada en mi memoria.

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Otra cosa que tengo vinculada en mi mente con el Museo Etnográfico es la muerte de Chaikovski. Ya sé que no tiene nada que ver, sólo que mi madre me lo contó precisamente allí, en ese museo. ¿Por qué? Ahora ya no lo sé. Pero en mi mente quedaron unidas las dos cosas.

El museo no sólo no estaba cerrado, sino que dentro había bastante gente, ruido de tambores y música étnica. Creímos que era un espectáculo navideño para los niños, y como a mi hija les suelen dar miedo los disfraces, decidimos esperar a que terminara y entramos en la cafetería.


“El etnógrafo”

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La cafetería del museo se llama “El etnófrafo” («Этнограф»). Cuando entramos, las mesas estaban todas vacías, pero el sitio no dejaba de ser agradable. En las ventanas que daban a la calle Inzheniérnaya, toda nevada, había objetos curiosos: un samovar antiguo de latón y una vieja máquina de coser, bastante usada. En el escaparate se veían trozos gigantescos de empanadas de muchos rellenos distintos y también pasteles, y al lado de la caja había caramelos de colores y panecillos de jengibre puestos en forma de ramos improvizados. Detrás del escaparate, arriba del todo, había un tocadiscos y unos vinilos colgados alrededor sin sus sobres de cartón. Solamente uno tenía el suyo: era gris, con un retrato de John Lennon.

Me pedí un café y un famoso pastel “patata” («картошка», se hace de galleta molida, cacao, mantequilla y leche condensada y su nombre es debido a la forma que le dan). A la niña le compré un caramelo, un gallito de color rojo. Mi madre e Iliá se pidieron empanada de requesón y té.

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Пирожное "картошка"


Salimos de allí cuando ya no se oían ruidos de tambores. El grupo de músicos se había ido, pero en la sala quedaban dos animadores disfrazados de zorro y oso. Es curioso, pero Leolia no les tuvo miedo, todo lo contrario: al zorro le ofreció su caramelo y hasta quiso hacer fotos con él.

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Sobre el museo.

El Museo Etnográfico Ruso se considera uno de los más grandes de Europa. Fue el zar Nicolás II quien fundó un departamento etnográfico del Museo Ruso en 1885, pero éste se abrió para el público ya después de la Revolución, en 1923, y en 1934 pasó a ser El Museo Estatal de Etnografía. Su nombre cambió dos veces más para llegar a ser el de ahora.

La exposición permanente ocupa las dos plantas del museo y es dedicada a la vida de los pueblos del antiguo Imperio Ruso, a los eslavos, a los nómadas de Siberia, del Oriente Lejano y de Asia Central, a los habitantes de Cáucaso y de Crimea, etc.

Además de la exposición permanente, el museo organiza exposiciones temporales, festivales y conferencias; dispone de su propio “Centro Etnográfico Infantil” y publica una revista científica.

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Mi madre y yo nos habíamos preocupado en vano pensando que los niños se podían aburrir en el museo. Al contrario, enseguida les atrajeron las “muñecas grandes” con sus vestidos de colores, adornos y otros detalles interesantes; los trineos de ciervos, barcos con remos, utensillos antiguos. Y a la niña le gustaba ver las casas de distintos grupos étnicos: lo miraba todo corriendo de un lado a otro. Lo que más le gustó fueron los maniquíes vestidos con trajes típicos nacionales del Cáucaso, esas novias georgianas con sus velos y sus pantalones anchos con piedras incrustadas. Y las maquetas de las aldeas ucranianas… A mí también me gustaban a esa edad e incluso más tarde. Esas increíbles maquetas con sus ríos, casas y vacas en los prados me inspiraban. Luego llegaba a casa e intentaba hacer algo parecido de plastilina, cerillas, papel… Recuerdo muy bien aquella sensación de querer llegar a casa y ponerme a hacer una maqueta así.

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Cuando lo vimos casi todo y bajamos la escalera, resultó que en la sala principal seguía habiendo el espectáculo con tambores. Continuaron con su actuación después de un descanso. Leolia subió a los brazos de la abuela y no quería bajar ni acercarse al lugar del espectáculo, mientas que yo decidí hacer un pequeño vídeo.

Lo podéis ver aquí: https://www.youtube.com/watch?v=4TW9Dvi ... e=youtu.be

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El conjunto musical que actuaba aquel día en el museo había venido de la península de Kamchatka y eran bailes y los cantos de los chukchas y los koryaks, los pueblos indígenas de la región. Los llevaban en su sangre, hasta los rasgos de muchos de los participantes eran propios de esos tribus.

- Leolia, ¿qué fue lo que más te gustó? –la pregunté a la niña mientras la estaba vistiendo en el guardarropa.
- El zorrito –contestó.



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